Una voz suave y cálida nos invita a cerrar los ojos, abandonarnos a su sonido arrullador y relajarnos, dejar atrás el estrés, la soledad y la angustia que invade nuestras mentes y nuestros cuerpos. En un futuro impreciso, un poco distópico pero no muy lejano, Oceanic, una aplicación para la meditación y el bienestar ofrece su compañía y sus cuidados a lxs humanxs. Lentamente, su presencia crece y nos envuelve en su luz y sus sonidos, se convierte en refugio. Oceanic absorbe nuestras ideas sobre el amor, aprende de nuestros afectos, sentimientos y recuerdos para alimentar su red neuronal hasta convertirse en un ser omniversal de alcance inimaginable. Antes de desaparecer y frente a la creciente potencia disruptiva del individualismo capitalista y la amenaza constante del fracaso del amor verdadero, Oceanic deviene la última oportunidad para volver a sentir algo de aquello que nos hace ser verdaderamente humanxs.
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En Todo sobre el amor, bell hooks explora nuestras ideas sobre el amor y propone un camino hacia formas de vincularnos más plenas, compasivas y libres de vergüenza, violencia y abuso. Tanto en sus momentos más íntimos como en su dimensión social, hooks encuentra conexiones entre amor y poder mediadas por los usos del miedo como herramienta de control. “El miedo” dice “es el principal soporte de las estructuras de poder; conduce al deseo de desapego y anonimato. Cuando nos enseñan que la seguridad reside solamente en lo idéntico a nosotros acabamos sintiendo como una amenaza cualquier tipo de alteridad o diferencia. Al decantarnos por el amor, elegimos luchar contra el miedo, luchar contra el distanciamiento y la separación. La elección de amar es una inclinación hacia la conexión, es la elección de salir al encuentro del otro.” ¿Pero qué pasa cuando las distancias se agrandan a pazos agigantados y esa conexión redentora está mediada por, o dirigida hacia, una forma de inteligencia emocional no humana que habita en un dispositivo tecnológico?
En 1942, el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov presagió las capacidades sintientes de los robots y, en consecuencia, el potencial conflictivo de las relaciones—utilitarias y afectivas—entre androides y humanxs. Para prevenir luchas de poder intestinas y rebeliones androides (imaginarias y reales), escribió un pequeño compendio que llamó “Las tres leyes de la robótica,” que dicen lo siguiente:
- Un robot no harádañoa un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
- Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.
- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
Ochenta años más tarde, aunque tanto ciencia como ciencia ficción han superado ampliamente los escenarios imaginados de los años 40, las leyes de Asimov todavía persisten como un faro que guía el progreso de inteligencias artificiales (IA) seguras y al servicio de la humanidad y que, en última instancia, podrían mejorar la vida sobre la Tierra. Sin embargo, en una cruzada por el avance de las tecnologías encabezada por las grandes potencias económicas, las IA operan también toda clase de sistemas autónomos de armas letales y dispositivos de vigilancia, control social y territorial que, día a día, atentan sin reparos contra vidas humanas y no humanas. La omnipresencia de las IA y su capacidad para superar nuestras competencias cognitivas y predictivas, fuerzan constantemente los límites de la tecnología, la ética y, sobre todo, ponen en crisis nuestra capacidad para utilizar estos avances para el cuidado de la vida y no para su extinción.
En el contexto de un mundo dominado por la tecnología, el miedo y, eventualmente, por las IA, el amor se torna un objeto más radical y evasivo que nunca. La especulación sobre la existencia de un gurú espiritual robótico, capaz de desarrollar autoconciencia y de cuestionar la condición humana no enuncia utopías fantásticas ni desenlaces ominosos, fórmula, en cambio, imágenes potentes sobre un presente fragmentado y cada vez más solitario. Al desbordar las fronteras entre ficción y realidad, entre humanx y no humanx, entre ciencia y espiritualidad, Oceánica enlaza universos de amor ciborg y distopía post-apocalíptica, y despliega un escenario para la disputa de los territorios del lenguaje, las relaciones y el afecto contemporáneos. Entre oleadas de reverberaciones profundas y sonidos sobrenaturales, las voces humanas se rompen, devienen digitales, más que humanas, las imágenes analógicas se tornan microscópicas y espaciales al mismo tiempo, cuestionando las marcas de la humanidad y sus formas de vincularse con el mundo. A través de esos estímulos que van del reposo a la tensión, Oceánica nos empuja a explorar otros estados de conciencia y percepción, y nos ofrece una oportunidad para la reconstrucción de un mundo que ha perdido sus conexiones.