SERGIO AVELLO: JOVEN PROFESIONAL MULTIPROPÓSITO
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Septiembre 2017 – Febrero 2018
Sergio Avello (Mar del Plata, 1964 – Buenos Aires, 2010) vivió el arte como una forma de estar en el mundo, de encontrarse con la belleza de la cotidianeidad, como una búsqueda de placer y vinculación con los otros. Sergio Avello: joven profesional multipropósito recorre la carrera de Avello como artista, pero también da cuenta de un universo mayor en el que la música, la noche y los amigos se entrelazaron con la práctica artística en fiestas, muestras y recitales en el Club Eros, en discos como Cemento, Garage H, Rainbow, en la terraza de Fundación PROA y hasta en una estación de tren.
En 1983, a los diecinueve años, Avello llegó a Buenos Aires y desde ese momento en adelante fue nómade de por vida. El movimiento incesante fue una estrategia de supervivencia que se convirtió también en forma de trabajo que produjo obras trasportables y cadenas de trabajo descentralizadas. Su primer destino en Buenos Aires fue La Zona, un enorme y húmedo sótano/taller, que Rafael Bueno compartía con Alfredo Prior, Martín Reyna y José Garófalo, entre otros. En medio del desborde pictórico de los años 80, Avello ejercía un estricto “mínimo preciosista”. Su práctica retomaba el minimalismo de Prior de los años 70 y arrastraba las influencias del marplatense Pablo Menicucci. Avello hizo del arte preciosista y decorativo un culto, mientras todo a su alrededor era puro acontecimiento pictórico.
Avello parecía venido de otro planeta: joven, pulcro y minimalista. A pesar de las diferencias estéticas, se integró sin esfuerzo a esa comunidad que surgía desde el under. Desde fines de los años 80 Avello se lanzó por completo a la liviandad de lo que él llamaba decorativo, rompió con las prerrogativas intelectuales de la pintura que lo rodeaba, y puso en escena una nueva sensibilidad, que en los 90 se extendería a toda una escena de cual Avello, sin embargo, se apartaría.
La pintura de Avello es una pintura de la superficie, de hedonismo cromático, de fascinación táctil. Un bucear en sus infinitas posibilidades, con sus materiales y sus herramientas como únicos aliados. Avello usaba los colores como versos que componen una poesía: se sostienen los unos a los otros, el primero anuncia al siguiente y así sucesivamente, en una cadencia a veces arrulladora, a veces llena de estridencias. Cada obra es un estímulo a los sentidos, parte de una atmósfera liviana que no debe ser confundida con inocencia ni frivolidad. Avello decía que “una obra de arte bien puede ser fumar y mirar el cielo”. Efectivamente, sus pinturas son un acto de percepción.
La crisis que hizo temblar al país en 2001 resonó en muchos artistas como un llamado a la acción. A partir de ese momento, la abstracción lúdica de Avello se convirtió en la abstracción de los símbolos de la patria. Avello, como siempre, optó por la vía tangencial: la bandera argentina se repite una y otra vez, en cuero, en corderito, en esmalte, en tubos de luz, como una canción que Avello no pudo sacarse de la cabeza. Aparentemente frívolo y nada sutil, el gesto es cien por ciento mordaz. Las banderas exudan el tono irónico del artista, cuyo compromiso político fue siempre elusivo. Avello nunca fue partidario de las causas ni de sus relatos, pero a su manera logró vehiculizar la temperatura del país.
Avello expresaba lo que estaba en el ambiente, reaccionaba a cada estímulo con gestos expansivos en los que confluían disciplinas, personas y lugares. Como un dj en una pista de baile, Avello creaba comunidades efímeras.
Programa público: Avelove, una obra de teatro de Analía Couceyro.
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Sergio Avello (Mar del Plata, 1964 – Buenos Aires, 2010) saw art as a way of studying the world, finding beauty and pleasure in the everyday and connecting with other people. Sergio Avello: a young, multi-talented professional, explores Avello’s artistic career but also expands into his larger universe, showing that music, nightlife and friendships were inextricable aspects of his artistic practice, which took place at parties, exhibitions and gigs at venues and clubs such as Club Eros, Cement, Garage H and Rainbow, the terrace at Fundación PROA and even a train station.
In 1983, at the age of nineteen, Avello arrived in Buenos Aires and immediately became a committed nomad. His constant movement was a survival strategy and also a kind of job for which he made mobile artworks and decentralized chains of production. His first port of call in Buenos Aires was La Zona, an enormous but damp cellar/studio that Rafael Bueno shared with Alfredo Prior, Martín Reyna and José Garófalo, among others. Amid the overwhelmingly exuberant pictorial culture of the eighties, Avello produced a form of ‘aesthetic minimalism’. His practice drew on the minimalism of Prior in the seventies and also revealed the influence of the artist Pablo Menicucci. Avello concentrated on aesthetic, decorative art while everyone around him was brimming over with pictorial excess.
It was as though Avello came from another planet: he was young, neat and minimalist. In spite of their aesthetic differences he had no trouble making himself an integral part of the underground community. From the late eighties, Avello committed himself entirely to a frivolous style that he described as decorative. Ignoring the dominant intellectual theories about painting, he introduced a new sensibility that in the nineties would expand into a scene in its own right, although Avello distanced himself from the movement.
The power of Avello’s painting occurs on the surface; it is rife with chromatic hedonism and a fascination with the tactile world. He uses no more than the discipline’s tools and materials to reveal its infinite possibilities. Avello used colours the way verses are employed in poetry: they depend upon one another; the first preparing the ground for the next and so on, in a cadence that was just as likely to be soothing as it was strident. Each artwork stimulates the senses, creating an easy-going atmosphere that should not be confused with innocence or frivolity. Avello said that “a work of art could easily be looking up to the sky while smoking.” In essence, his paintings are acts of perception.
The economic crisis that struck the country in 2001 was experienced by many artists as a call to arms. From that moment on, Avello’s playful abstraction was transformed into abstract takes on national Argentine symbols. Typically, Avello chose tangential approaches in which the Argentine flag made repeated appearances; in leather, sheepskin, enamel and fluorescent lights, like a song Avello couldn’t get out of his head. Ostensibly frivolous and hardly subtle, the gesture is acerbically powerful. The flags embody the artist’s irony although his political opinions were always hard to pin down. Avello never campaigned for a cause or in favour of a specific political narrative, but in his way he successfully managed to reflect the country’s political climate.
Avello reacted to his environment, enhancing every stimulus with expansive gestures that combined disciplines, people and places. Like a club DJ, Avello created temporary, fleeting communities.
Public program: Avelove, a play by Analía Couceyro.
https://www.museomoderno.org/es/exposiciones/sergio-avello-joven-profesional-multiproposito