A mediados de mayo de 1965, cientos de porteños se agolpaban en la calle Florida, hacían cola a la intemperie durante horas, bloqueando las entradas de las boutiques y provocando miradas y cuchicheos entre los transeúntes, aguardaban, pacientes, para ingresar de a uno por vez a La Menesunda, la mítica obra que Marta Minujín y Rubén Santantonín construyeron dentro del Instituto Torcuato Di Tella. Bajo la premisa “Más acá de dioses e ideas / sentimientos / mandatos y deseos”, el enrevesado laberinto confrontaba, incomodaba, sorprendía y zarandeaba a todo aquel que osara traspasar su umbral. Sacudiendo al espectador de su habitual pasividad y sumergiéndolo en un agitado revoltijo, la obra confundía la cotidianeidad doméstica con el bullicio de las calles del centro y el más reciente de los lenguajes de la vanguardia, todo en una misma sala. Uno tras otro, los visitantes eran impulsados a través de estrechos pasillos que los conducían de un insólito ambiente a otro, en medio de una sucesión de estímulos multisensoriales, estéticos y éticos, ideados para impactar sus sentidos y su sensibilidad, incluso la de los más escépticos, desconfiados y temerosos. La Menesunda, dijeron sus creadores, no era obra ni happening, tampoco espectáculo. Entre el rito folclórico de las calles porteñas y el espectáculo mediático, La Menesunda, con su desfachatez, espíritu revulsivo e histrionismo, era pura experiencia y provocación. Un proyecto de una magnitud descomunal que se convertiría en el escándalo del año, pero también en uno de los grandes hitos de la historia del arte argentino.
En La Menesunda según Marta Minujín, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Buenos Aires, 2015. [cat]