En la Tercera Sección las calles destellan bajo el sol del mediodía. El polvo de mica se incrusta en los serpenteantes caminos de tierra y marca el rumbo cuesta arriba, los cuarzos asoman entre espinillos y chañares retorcidos, rebotando una luz dorada y ardiente que raja la tierra. En este terreno árido y febril, donde pareciera que ya nada más puede crecer, brotan casas, ranchos, chozas, casillas, capillas, empalizadas, zanjas, cuevas, madrigueras, cientos de construcciones que aparecen y desaparecen con el correr de las horas, los días y los años. Estas estructuras de amparo, refugio y abrigo no responden a los principios ordenadores de la arquitectura tradicional, sino a los derroteros del paisaje y la cultura, las inclemencias climáticas y económicas y, ante todo, a las circunstancias y accidentes emocionales. Así, por ejemplo, la capilla Buffo, con su forma de flor de cardo santo, sus péndulos y sus incrustaciones de bronce que reflejan la posición de los astros el día del fallecimiento de Eleonora, habitante icónica de la Sección, deviene no sólo espacio de veneración espiritual, sino también monumento a la pérdida, el amor y la tristeza que atravesó su constructor en los años 50.
En estas regiones alejadas no importan mucho los materiales, las construcciones no están hechas para perdurar, sino para la mutación sentimental. Su arquitectura es emocional, prima lejana de la Goeritz o la de Barragán, de exteriores neutros y escuetos y unos interiores cálidos y brillantes que abrazan en lugar de deslumbrar, y se apagan cuando ya no las necesitamos. Un poco vernáculas y un poco místicas, estas construcciones se edifican sobre la idea de que nada puede ser permanente y que todo en nuestro entorno debe adaptarse a las cambiantes condiciones de la existencia humana, en consonancia con las pendulaciones de nuestras realidades y necesidades materiales, espirituales y emocionales.
La Tercera Sección es, en definitiva, ese paisaje interior que nos da refugio cuando la realidad desgasta el optimismo. Así, en la Tercera Sección de Carla conviven sus arquitecturas blandas, soñadas, imaginadas y copiadas, que emergen de diferentes momentos del día y de la noche, de emociones, pensamientos y deseos más o menos pasajeros. Son construcciones mínimas, tan rústicas como las vistas de las sierras que algunas de ellos nos ofrecen, pero iluminadas por pequeñas lagunas doradas que irradian su brillo hacia el resto del espacio árido. Es ese principio de vitalidad del sol y su poder transformador que asoma entre los trazos de tinta negra, el que se enfrenta con los obstáculos de la realidad que las sobrevuelan como nubarrones más o menos oscuros: un archivo fotográfico de lo real-subjetivo compuesto de capturas de pantalla, imágenes robadas de twitter, fotos viralizadas, titulares de diarios y obras secuestradas.
Si en sus orígenes la cámara oscura jugó un importante rol en la investigación y estudio del paisaje tanto para pintores como para arquitectos en sus esfuerzos por cartografiar el espacio habitado, y en los siglos XVIII y XIX, las vistas de la linterna mágica proporcionaron una anatomía del paisaje y la emoción que contiene, la captura de pantalla podría ser en la actualidad una de las herramientas más eficaces para el mapeo de los espacios que habitamos y los estados de ánimo que estos producen y reproducen. La conformación de estos registros subjetivos en tiempo presente surge del encuentro entre un sentimiento de urgencia y la compulsión acumuladora contemporánea, para devenir efectivamente archivos en su circulación y puesta en público. Adquieren, finalmente, su verdadero sentido al ser accedidos y manipulados, como cuando Carla acerca la casa suburbana que sus dueños apodaron “Hipótesis” —según comentarista de twitter, probablemente confundiéndola con “Utopía”— a la imagen de un joven Maradona en la puerta de Lascano 2257, quizás la única y más verdadera casa-utopía. De la amalgama opaca entre esas dos grandes pilas de ladrillos se escurre una apolillada hipótesis sobre el ascenso social, la casa propia, el amor y la pasión. Surgen también vías de fuga en la forma de casas móviles para humanxs y gatitos, y se restauran y actualizan algunas más sobre la propiedad, el acceso a la tierra y el derecho al deseo.
En la Tercera Sección, entre la fantasía bocetada y el registro capturado de lo real, aparecen la resistencia y la regeneración como ideas rectoras de una ética vital. Entre líneas, Carla propone una compresión de la circularidad y la retro-alimentación como modos de transitar los espacios disponibles en un presente caótico y frente a un futuro más que incierto. En Eleonora sostiene entre sus manos una partitura musical titulada: Una paz inmensa un rayo de sol ilumina la cara de la joven a punto de ser tragada por una mancha de humedad, el poder de la impermanencia se enfrenta al ansia de eternidad de Guido Buffo. Las fuerzas naturales avanzan sobre la emoción forzándola al cambio inevitable, a entrar finalmente en un nuevo ciclo de vida, muerte y regeneración.